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Murcialiberal

El presidente bobo

El epílogo del 2006, que han escrito a modo de obra de teatro macabra los hijos de puta de siempre, ha dibujado con trazo grueso las debilidades infames de cada uno de los líderes políticos de los partidos mayoritarios de España. Uno por ser extremada y neciamente candoroso, es decir por bobo (no solemne, ya que su solemnidad fue derrotada hace tiempo por su manera fatua de ver las cosas, no engañando ya a nadie); el otro, por inacción, al no liderar el sentimiento de una gran mayoría de españoles al quedarse a la luz de una queimada en su tierra querida, mientras la actividad política, que no conoce fechas señaladas, se encontraba enterrada por miles de kilos de hormigón armado en la capital de España. El que considere a estas alturas, y por desgracia, que la batalla política tan solo se puede ganar con el arma de las ideas dejando al margen la imagen y el llamado marketing, le espera una dura travesía por el desierto de la oposición.

Pero sería injusto para quien no gobierna que fuera el centro de atención y la diana de las críticas en estos días en los que se ha confirmado, lo que muchos ya sabíamos desde hace tiempo: que los españoles nos encontramos en manos de alguien que es capaz de arrodillarse ante unos asesinos sin escrúpulos, ya que le ha servido en bandeja la iniciativa política que va acompañada por el chantaje de las pistolas y los coches bomba. Y eso es algo que lo saben todos, desde muchos socialistas que asisten perplejos y a su vez impávidos a los desmanes de su líder, hasta "los niños de la gasolina" que se encuentran engrandecidos y legitimados por la pasividad de los resortes del estado que dependen del gobierno socialista cuasi español. Por desgracia, muchos nos imaginamos los motivos de tal genuflexión porque en la razón no cogen demasiadas conjeturas. Zapatero, a pesar de su dificultad para ver la realidad, debiera aprender tan solo una cosa tras el brutal atentado de ETA, y es que el tiempo, ese juez inexorable que da siempre la razón (García, dixit), sigue poniendo a cada uno en su sitio per sécula seculorum, y para eso no hay Pepiños, ni Rubalcabas capaces de arreglarlo.


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