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El corazón del soldado

Estupendo artículo publicado en ABC por Alfonso Rojo. Rebate los argumentos de los progres que acusan a los americanos por el asesinato de Nicola Calipari



Alfonso Rojo/ Sobre el papel, lejos del lugar donde silban las balas y rasga la metralla, todo es fácil. Se da por supuesto que los soldados norteamericanos tenían que saber que Giuliana Sgrena había sido liberada. Que era periodista, acompañada por agentes secretos italianos, quien iba a bordo del coche y que se dirigían al aeropuerto, soñando con llegar pronto a Roma.

En territorio comanche las cosas no son así. Los muchachos aguantan en su puesto, patrullan a oscuras o avanzan bajo el fuego por diversos motivos, como el compañerismo, la autoestima o el sentido del deber, pero entre los que el miedo juega un papel primordial. No hay un solo soldado que no ansíe volver entero a casa.

Las decisiones clave, esos gestos que separan la vida de la muerte, se adoptan en décimas de segundo. También los errores fatales.

Uno puede entender que Il Manifesto, un diario que si pudiera llevaría albañiles a reconstruir el Muro de Berlín, acuse al Pentágono. Es comprensible que Giuliana, quien agradeció en un vídeo el buen trato que le dieron sus captores islámicos, no excluya que el ataque fuera intencionado.

No es de recibo, sin embargo, que buena parte de los periodistas españoles se apunten a la tesis de la conspiración y califiquen de «asesinato» lo ocurrido el viernes pasado en Bagdad.

Cualquiera que haya recorrido la quincena de kilómetros que separan la capital iraquí del aeropuerto y yo lo he hecho veinte veces, sabe que el trayecto se hace con el corazón encogido y con la sensación de ir metido en un túnel mortal.

El viernes, cuando una bala estadounidense reventó la cabeza del agente Nicola Calipari, llovía y estaba oscuro. Eran las nueve menos cinco de la noche, una hora en la que nadie sale a la calle en Bagdad. El funcionario de la embajada había avisado a su enlace americano en el aeropuerto, pero las patrullas diseminadas por la zona no tenían posibilidad material de saber nada. Sólo atisbaron un vehículo y creyeron, cegados por el miedo, que era un coche-bomba.

Ha explicado el ministro Gianfranco Fini que la periodista y sus dos acompañantes llevaban encendidas las luces interiores del vehículo, «para facilitar la identificación de sus ocupantes». También que iban «a 40 kilómetros por hora». Los norteamericanos aseguran haber hecho señas, pero es evidente que los italianos no les vieron, quizá porque los soldados estaban demasiado escondidos para ser visibles.

El tiroteo, el lapso de tiempo en el que se dispararon 300 balazos, duró escasamente 10 segundos. Ha contado Fini que los soldados se dieron en seguida cuenta del trágico error y acudieron a ayudar a los heridos pidiendo perdón. Nadie se disculpa así, ni asiste a las víctimas, si su perversa intención era asesinar.

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