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Murcialiberal

Encrucijada

Me doy el lujo de insertar un artículo publicado en La Razón de David Gistau. Este chico no es ya una promesa del columnismo sino una realidad, como dijeron hace poco en una bitácora


David Gistau/En un artículo reciente, amparándose en el ejemplo de Churchill, Pedro J. Ramírez elucubraba sobre la legitimidad del uso de la fuerza para defender la democracia. Esto mismo está en Hobbes, quien declara que la libertad tiene unos muros de protección que hay que defender, y no precisamente con ese pacifismo a lo John Lennon de meterse en una cama a tocar la guitarra, que es lo único que le falta a Zetapé en cuanto se ponga de acuerdo con Yoko Ono. O, en su defecto, con Fernández de la Vogue, que cierto achinamiento tiene en la mirada. De la recomendación que el propio Hobbes hace al buen estadista -ser sociable con el sociable y temible con el que no es sociable-, Zetapé sólo cumple con el primer precepto, y de ahí que invite a té a los secesionismos, nada sociables.
Como la Inglaterra de Churchill ante Hitler, la España de Zetapé está en una encrucijada en la que se juega su propia existencia. La diferencia es que, aquí, el trance no es bélico, por lo que a pesar de las tentaciones de los campeadores no hay que vincular el uso de la fuerza al de las armas, aunque sólo sea para no conceder a Ibarreche esa dialéctica de las tortas en la que encontraría justificación para el victimismo artificial de la periferia. Y sin embargo, cabe preguntarse: ¿tiene hechuras Zetapé para ser el Churchill que salve la prueba? Según Robert Kaplan, lo que convierte a Churchill, para alivio de Inglaterra, en uno de los héroes tutelares del siglo XX es lo siguiente: un sentido orgulloso del pasado de su nación que alimenta una concepción idealizada del destino por el que luchar. Con sus discursos en tiempo de guerra, Churchill logró que los ingleses se vieran como los veía él: idealizados, herederos de un destino bien defendido en el pasado. Sentido orgulloso del pasado, en este caso inventado, y concepción idealizada del destino, los tienen Ibarreche y Pérez Carod y hasta el cabrón de Juana Chaos. Pero no Zetapé, quien, como la propia izquierda española, tiene un sentido avergonzado, y no orgulloso, del pasado de esta nación a la que por tanto niegan un destino por el que merezca la pena luchar, aun obligándose a ser temible con quienes no nos son sociables. Por ello, Zetapé no será nuestro Churchill. Porque carece de lo que tenía el inglés: fe en cuanto es.

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